(Airamppo, la semilla que tiñe. Miguel Valverde y Alex Muñoz, Bolivia, 2007)
Totora bien podría ser el lugar donde las huellas y los fantasmas corren y se ríen, se desenfocan y mutan, como el cine (documental) que solo caza sombras.
En el descenso a la realidad, sólo salvable con el sueño, chicho hijo de alguien y mamá paceña, piensa que debería pensar en voz baja, se mueve como la cámara entre los interlineados, entre fantasmas y violines que se suceden en un deambular sin fin que construye una estructura circular interminable.
En esta estructura no corresponden las imposiciones de causa y efecto o las fronteras (inútiles) entre ficción y documental, clara huella es don Silverio el alcalde del Sueño y amigo del tio, es la Realidad que se enfrenta a la ficcionalización (Miki y Alex) o a la documentación (Miki y Alex).
Es don Silverio quien guía y es chicho quien descubre. Ambos nos embriagan de esta Realidad donde todas las voces se interrumpen y yuxtaponen, se contradicen y se callan, se llaman y se encierran y, el silencio, sólo admitido en el coito, nos re-define, en aquel momento en que esta Realidad deja de chirriar, y Totora se revela ya no como un lugar de sombras, sino de materiales concretos; la ficción aparece.
Miki y Alex, no realizan una reflexión sobre los limites y fronteras entre lo real y lo ficcional, sino que nos ofrecen algo más rico y más fresco, como la chicha, que es la exploración de sus materiales audiovisuales y que a partir de estos se puede herir a la Realidad y observar, por un instante la verdad.
La frescura de esta propuesta se aproxima a la carencia e inquietud de su mirada, la cámara que se mueve errante debe entenderse como la destilación de una idea estética, como un elogio de la imperfección y una reivindicación del descuido formal, porque eso es Airamppo, la reivindicación no sólo de una forma de mirar y de sentir, sino que desde el modo de producción hasta su lógica de distribución, no es más que un elogio a la fiesta (porque el cine es una fiesta única e irrepetible como la chicha).
Esta ficción fresca y que abre la tripa, podríamos considerarla como una metáfora de un país, o un retrato a modo de díptico o como un manifiesto para el nuevo cine experimental andino.
En el descenso a la realidad, sólo salvable con el sueño, chicho hijo de alguien y mamá paceña, piensa que debería pensar en voz baja, se mueve como la cámara entre los interlineados, entre fantasmas y violines que se suceden en un deambular sin fin que construye una estructura circular interminable.
En esta estructura no corresponden las imposiciones de causa y efecto o las fronteras (inútiles) entre ficción y documental, clara huella es don Silverio el alcalde del Sueño y amigo del tio, es la Realidad que se enfrenta a la ficcionalización (Miki y Alex) o a la documentación (Miki y Alex).
Es don Silverio quien guía y es chicho quien descubre. Ambos nos embriagan de esta Realidad donde todas las voces se interrumpen y yuxtaponen, se contradicen y se callan, se llaman y se encierran y, el silencio, sólo admitido en el coito, nos re-define, en aquel momento en que esta Realidad deja de chirriar, y Totora se revela ya no como un lugar de sombras, sino de materiales concretos; la ficción aparece.
Miki y Alex, no realizan una reflexión sobre los limites y fronteras entre lo real y lo ficcional, sino que nos ofrecen algo más rico y más fresco, como la chicha, que es la exploración de sus materiales audiovisuales y que a partir de estos se puede herir a la Realidad y observar, por un instante la verdad.
La frescura de esta propuesta se aproxima a la carencia e inquietud de su mirada, la cámara que se mueve errante debe entenderse como la destilación de una idea estética, como un elogio de la imperfección y una reivindicación del descuido formal, porque eso es Airamppo, la reivindicación no sólo de una forma de mirar y de sentir, sino que desde el modo de producción hasta su lógica de distribución, no es más que un elogio a la fiesta (porque el cine es una fiesta única e irrepetible como la chicha).
Esta ficción fresca y que abre la tripa, podríamos considerarla como una metáfora de un país, o un retrato a modo de díptico o como un manifiesto para el nuevo cine experimental andino.
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