BUSCARTE EN EL VIENTO
Supone un gran goce poder
espectar esta pieza singular hecha por un boliviano (al menos eso indica su
pasaporte), Carlos S. Sandoval, de quien no sabemos nada, excepto que radica en
Sao Paulo. Mientras ambos esperábamos nuestro transporte, me permitió ver su
“peliculita”, como él la llama cuando la muestra en una computadora portátil.
Voluntad de
intervención
Este trabajo, que
no circulará hasta el mes de septiembre, será otra de las piezas que refresque
la retina, pues nos ofrece la voluntad de intervenir en el espacio público, de
intervenir sobre la imagen y, por supuesto, intervenir sobre lo real. Sandoval
es quien guía, con su mirada, a veces con su voz, otras con sampler y loops,
por un universo sensorial específico. Entre el amor y la historia de Bolivia es
que Buscarte en el viento puede mirarse y disfrutarse.
El amor, o más bien
el desamor, se manifiesta de manera latente y constante, desde breves
textos que intervienen la pantalla emanados del chat entre nuestro protagonista
y su ex pareja. Los mismos textos intervendrán sobre las imágenes de posesión
de Presidentes de Bolivia, partidos de fútbol, carnavales, accidentes y otros
registros que nos permiten tener noción y memoria de lo que denominamos
realidad.
La historia del
país se verá representada en el collage que va ejecutando el director,
otorgándole sentido, mediante el montaje (intelectual), la intervención
iconográfica e insertos de imágenes de su familia o de él recorriendo por las
ciudades de La Paz, Potosí, Trinidad y Copacabana. Filma cual turista con
la mirada encantada y descuidada que ofrece la observación del recién llegado.
En este sentido, Buscarte en el viento es, a primera vista, una epístola de
desamor y un intento de comprensión de un país. Así la pieza dialoga desde el
desamor con la historia, logrando por los recursos que emplea, conjuntamente
con su intimismo y compromiso, una propuesta fresca y emocionante.
Inevitable la
vinculación política
El desparpajo de
esta obra puede nublar la atención al testimonio, que, en clave de epístola a
su ex novia, cuyo nombre desconocemos, inquieta por el modo de registrar
lugares vacíos como su habitación, la cama destendida, la cocina, los sillones,
el baño, etc. Los mismos los vincula con las imágenes de febrero de 2003,
cuando estudiantes de secundaria asediaron Palacio de Gobierno “cuando supe que
te perdí me entregue a la rabia” interviene sobre la imagen, permitiendo con
ello toda posible interpretación y a partir de las imágenes de octubre 2003
mencionará e intervendrá la pantalla con “silencio de muerte. Te sigo
esperando”, solicitando justicia tanto de los asesinos como del desamor.
“El
largo laberinto mi amor” da título a la secuencia más próxima a un diario
documental, donde Sandoval recibe en su casa a un joven que le realizará un
tatuaje. En ella nos permite acompañarle y atestiguar, sin pausa a través de un
solo plano, cómo se tatúa una estrella negra. Al respecto, aclara: es por mi
militancia pero en realidad fue una promesa. Con esta actitud deliberada,
Sandoval nos reafirma su vocación visceral sobre el cine y el aparato
documental. Tras esta declaración de amor, nos ofrece insertos de torturas,
mataderos y morgues en total silencio.
El realizador no
graba de una forma mental o planificada, sino que se deja guiar por la
intuición y la sensualidad, dejándose enamorar o subyugar por los paisajes, los
rostros, los espacios y sonidos que le rodean. En este gesto radica lo
hipnótico de su recorrido vivencial por el desamor, como también su recorrido
ciudadano por la historia de Bolivia.
Pero este gesto de
grabación o transmisión emocional encuentra complicidad con nuestras miradas
cuando Sandoval opta por compartirnos sus silencios, contemplando la ciudad o
imágenes desenfocadas de cuerpos amándose, siempre dialogando con el espacio
alguna vez habitado, ahora vacío desde la nostalgia que el director busca
expurgar con esta película. La construcción de la soledad que Sandoval
experimenta y busca retratar permite escuchar por momentos su mismo llanto. O
cuando intenta, mediante encadenados de imágenes, comprender la historia
política Boliviana, parece sentir la misma frustración, tanto en su experiencia
de desamor como en su incomprensión de su país. Precisamente ahí, en ese grado
cero de conocimiento, donde la intuición es lo único certero, es que Sandoval
nos ofrece una experiencia próxima a la inocencia, a la primera mirada.
Tras el rostro del
desamor y la memoria
No es posible el
desamor sin la memoria y este joven realizador comprende que el cine es un
lugar de enunciación, de producción de recuerdos, evocaciones y transgresiones.
Por ello opta por construir, desde su mirada, su intimidad, su desamor, una
forma de interrogación personal y de esa forma interrogar a su generación y a
la sociedad. Ya sea desde la soledad producto del desamor hasta la saturación
de imágenes y sonidos de la historia de su país, Sandoval quiere saber cuál es
el lugar de las cosas, dónde están las imágenes o, incluso, cómo no renunciar a
comprender. Sandoval toma imágenes de youtube: retransmisiones de televisión,
noticieros, fragmentos de películas, en un fulgurante y lúcido ejercicio de
reciclaje, para dar forma a otro relato y buscar imágenes que representen lo
que busca decir. A estas imágenes en su mayoría las intervendrá, modificando no
solo el sentido, sino demostrando que las imágenes no suponen ninguna verdad;
que quizás el recuerdo, la memoria y los sueños pueden ser el fundamento de la
realidad. No sabemos a quién reprocha cuando escribe sobre la pantalla “me
quitaste mis sueños”: si a su país o a su ex novia.
Además, Sandoval,
por los escasos comentarios vertidos luego de ver esta pieza, refiere a que él
grabó todas estas cosas para no olvidar, recordándome ese prurito existencial
que moviliza a los hombres a registrar todo, grabar y archivar imágenes,
sonidos y palabras.
Otra incursión
sobre la mirada
Sandoval ofrece con
estos 50 minutos de viaje visceral, memoria y profunda reflexión icnográfica y
política la posibilidad de alertar sobre un cine en formación en nuestro medio.
Él mismo piensa la mirada sobre objetos singulares, muchas veces sobre la misma
mirada de quien desea mirar permitiendo enfrentarnos a creadores que cuestionan
el estatuto de la mirada como mecanismo de creación.
La secuencia final
es subyugante: mientras que en pantalla leemos “en el recuento de los daños el
perdedor siempre fui yo”, las imágenes que le sirven de soporte son la de la
selección boliviana de fútbol recibiendo goles junto a imágenes de candidatos
electorales celebrando alguna victoria. Y sobre los créditos finales, que
Sandoval dice no están listos, ya que tiene la duda de reconocer el origen de
las imágenes, vemos a Sandoval por única vez con un ramo de rosas. Un
documental de desamor, reflexión iconográfica, política y de despedida.
Sandoval,
quien usa una retórica extraña para la pacata cinematografía local, se esfuerza
en aclararme que él hace cine antihegemonico, cine-sangre y que lo único que le
interesaría es que su película se vea en api videos o circuitos parecidos,
universidades, cineclubes. Además, dice que estará en la piratería, pero con
carátulas diferentes, transformando las imágenes, desde una presentación porno
hasta costumbrista. Solo tendrá en común el nombre.