martes, 2 de junio de 2009

Un guerrero de dios

(Miguel N, Dir. Andreas Pichler, 2007)

Santiago Espinoza A. en el epilogo de la nota “el evangelio según Miguel N”, reconoce los atributos pedagógicos de esta cinta en tanto se “sirve de un hecho de la historia reciente de Bolivia para abordarlo con sensibilidad y fluidez envidiables” y a su vez, reconoce a Miguel Northdurfter como un hombre “que supo resolver con entereza la sempiterna discusión sobre la validez de la violencia armada al servicio de nobles propósitos”, sin embargo la nobleza como el sacrificio de miguel N, se decantan en virtud de la forma televisiva, al compás del ritmo, el uso de los materiales testimoniales, para crear tensión previo corte narrativo, efectuado por una voz en off, que despide el capitulo e inicia bajo la elipsis espacial, siempre cuidando la linealidad de los acontecimientos, esa lección los cineastas-documentalistas bolivianos la usan hasta la saciedad, pero a diferencia de estos, el director Andreas Pichler, desde su llana y manifiesta vinculación emocional con el guerrero Miguel soslaya el lugar tediosamente común del documental televisivo; el miedo a la confrontación con el sujeto.

El miedo a la realidad, a la verdad de los sujetos, es elemento constante en reportajes televisivos, travestidos cinematográficos, siempre edulcorados, apologéticamente insultantes, y de vez en cuando es conmovedor asistir a la confrontación con lo real, con la muerte y la revolución, con la tragedia, la frustración y el fracaso.

La negación de la épica, y la dramatización a partir de la autoreferencialidad en tanto héroe que construye su propio destino desde la ausencia de un “plan de vida, de una descendencia y no tener pareja” dilucidan la eternidad como la revolución en una posibilidad y en algo real, y desesperadamente necesaria; esa necesidad revolucionaria es lo conmovedor y a la vez aproxima al guerrero de Dios a nosotros, cuando la honestidad del guerrero y del biógrafo se anclan en el sacrificio, en la ruta aparentemente unidireccional de la Historia y de su redención, la del hombre y la de los pueblos.

Entre la voz en off del biógrafo, el llanto de la madre, las cartas y los testimonios el director recupera una esperanza fantasmal la ´tragedia revolucionaria latinoamericana´, que como cualquier identidad fantasmal subyace sobre una pretensión de verdad, y el mito de la realización en función al rito iniciático del sacrifico; “una chispa es suficiente para hacer arder el matorral”. Y, como toda esperanza, como un relato, sigue un orden secuencial ininterrumpido de acontecimientos hacia una resolución de acuerdo a los fines esperados: la esperanza se realiza, el sacrificio se consuma y deviene la tragedia, el héroe besa la eternidad y la revolución se sucede.

Sin embargo, en los tiempos en que se vitoreaba el fin de la historia, Dios y Marx, el humanismo y el evangelio cual fantasmas de un tiempo perdido se fundían con las esperanzas de jóvenes que como miguel N “querían vivir” y para sentir la vida tuvieron que violentarla con el hierro.

Miguel N, se decanta por el testimonio y no así por las causas políticas, que hacen a la decisión de Miguel Nothdurfter afrontar la vida desde el sacrifico del héroe revolucionario que busca ser tragedia, para reavivar el mito revolucionario, el mito político fundacional para oleadas de jóvenes, que como yo, aun creemos que lo mejor esta por venir.

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