domingo, 16 de noviembre de 2008

Aunque solo sea para mirar (Shortbus -Cameron Mitchell, 2006)

Shortbus, Cameron Mitchell, 2006, USA

A Mary

Mirar es participar le dice Sofia, la joven sexóloga a uno de los camareros del “Shortbus”; cuando vamos al cine, en especial en esta obra redescubrimos la actitud voyeurista del humano, la necesidad de ser cómplices y testigos de los juegos en la pantalla, entre la butaca y la imagen, entre los ecos y las sombras que evocan nuestras fantasías y nuestros miedos. Mientras miramos el segundo largo de Mitchell, miramos a gente que mira a gente que mira, personas que registran con cualquier tipo de soporte, celulares, cámaras digitales de video, cámaras fotográficas, 16mm, la objetivación que realiza la “consejera matrimonial” Sofía respecto de sus pacientes, o la intención de perturbar un instante con Severin que se sirve de una vieja polaroid. Es una conjura, una confirmación, la lacerante confirmación de que el secreto se ha perdido, de que la capacidad de dejarse seducir se extinguió con el placer.

En el Shortbus la mirada es la protagonista, es el placer de sentirse solo tras el orgasmo. El Shortbus como lugar y como película, critica el puritanismo y al mismo tiempo nos dice que el sexo puede ser a la vez divertido y triste, liberador y claustrofóbico, permeable como la piel e impermeable como Nueva York, ese lugar mágico donde todos se redimen, donde los pecados se olvidan.

En esta ciudad enferma de soledad como sus personajes, que hace cuarenta años nació lo que se conoce como el New American Cinema, en la obra de Mitchell son elocuente las evocaciones que hace a esta corriente tildada de experimental cuyas intenciones son las mismas que tiene Mitchell; el mostrarlo todo, mostrar la verdad.

Este prurito de visibilidad, esta hipervisibilización es el triste corolario de la muerte del deseo, de la excomulgación de cualquier forma de secreto, por tanto de seducción, ya nadie puede ser seducido al igual que los protagonistas de Shortbus, atrapados por la angustia sólo pueden construirse o reconstruirse ya no a partir del otro, sino a partir del cuerpo, porque es lo único real.
Como real es el orgasmo y si no lo tienes no existes como mujer.

La pulsión de lo real es como la interferencia de la luz, y una amenaza terrorista como guiño de la oscuridad que perturba y persigue a nuestros personajes, como la muerte y la esperanza, siempre sentimental, tanto es así que la redención de los protagonistas es a la luz de las velas, en un cuadro naif que evoca a ese cine clase B que nadie quiere volver ver.

El guiño de la oscuridad exterior es una constatación del fuera de campo ausente, aparentemente, pero si existe este campo hipervisibilizado es porque afuera, en el espacio exterior donde habita la ausencia, en la oscuridad que guiña al tiempo está el miedo, la agorafobia, la psicosis colectiva de una sociedad que ya no tiene (quiere) esperanzas sólo placer.

El orgasmo, como único eje que limita y define la personalidad se convierte en una de las variables del placer para tiempos como estos, es un elemento hipnótico que el director utiliza para lograr el efecto contrario, convertirlo en algo inalcanzable, celestial, irrepetible y fascinante, como la tranquilidad que no es mas que un producto en la sociedad Bush.

La promesa del orgasmo, no supera a su espera, que mientras llega, amamos, mentimos y robamos, hacemos guerras, escribimos o vemos películas. Luego de ver esta película uno termina de comprender que la sexualidad es un lugar político desde donde resignificamos lo real por tanto nos reinventamos como personas

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