sábado, 15 de mayo de 2010

Pantaleón y las visitadoras

Sergio Zapata

La selva extraña, provocadora, libidinosa y perturbadora es el escenario donde Pantaleón Pantoja debe llevar a cabo su misión: el proveer de visitadoras a la población militar afincada en la amazonía peruana y con ello poder palear el elevado índice de violaciones en la zona.


Francisco Lombardi, el cineasta peruano más importante de la última época, que en un pasado adaptó para la pantalla grande La ciudad de los perros, propone también una versión de Pantaleón y las visitadoras, ambas novelas de uno de los peruanos con mayor vocación universal, Mario Vargas Llosa. La adaptación de Lombardi gira sobre el menester encomendado al Coronel Pantaleón Pantoja, nuestro guía en esta excursión al corazón fogoso de lo humano, y nos va develando los meandros de las instituciones armadas como el creciente poder de la prensa. Siempre amenazante, siempre moralista.


Con un argumento simple, con un personaje que nos muestra detalle a detalle su periplo, casi nunca abandonando el plano, Pantaleón va sufriendo una serie de transformaciones merced de la lujuria, ya sea por la ingesta de alimentos cuyo poder afrodisíaco él comprueba, o a causa de la “constante exposición” a las mujeres visitadoras: él es el administrador de este “envidiable” trabajo.


Con obvios giros de guión, para sostener un relato unidireccional, Pantaleón sucumbirá a los encantos de la colombiana, una de las visitadoras que tiene a su cargo, provocando con esto el presunto sentido moral de la obra, reduciéndose a la fidelidad. Igual de maniqueísta es la puesta en evidencia del poder moralizante de la prensa radial en este recóndito lugar de la amazonía cuyos cambios drásticos y jocosos contribuyen al relato moralizante que se teje en torno de don Panta.


A medida que avanza el metraje Pantaleón va sucumbiendo ante las visitadoras (afirmación que podríamos generalizar: Pantaleón sucumbe ante las mujeres) y en un segundo momento, casi de forma paralela va sucumbiendo a la selva y los modos de vida que ésta ofrece. Pantaleón sólo se reconoce como una víctima de las circunstancias que le atañen; un soldadito que cumple órdenes, que hace patria al proporcionar mujeres, privilegia el principio de eficacia, se enamora, es vengativo y asume su caída con cierto orgullo. En última instancia, él es demasiado humano.


Esta persecución de humanidad o su develamiento, se van sucediendo plano a plano. Pantaleón renuncia, porque así se lo ordenan, a su rigidez uniformada, a su pacata vida sexual, de hacer el amor con su mujer los sábados en la noche exclusivamente, y pasa a ser víctima de la selva y sus encantos, a hacerlo hasta tres veces al día. De la misma manera sus lealtades irán trastocándose: de un ejército afincado en Lima a sus camaradas cafichos, con quienes aprenderá el sentido de la irresponsabilidad, algo tan humano e incluso predecible para sujetos tan rectos como Pantaleón.

En esta cinta, Lombardi construye nuevamente personajes fuertes, que van descubriendo sus contradicciones dejándose desbordar por su humanidad y sucumbiendo ante sí mismos, para descubrir en ello su verdadera naturaleza y la naturaleza de los otros, y caer en cuenta que somos iguales. Siempre hombres, siempre machos y por extensión demasiado frágiles, Lombardi recrea en Pantaleón y las visitadoras, en un escenario exuberante, el carácter trágico de la lascivia.


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