Saborear el tiempo.
Toda experiencia estética entraña tres momentos: el primero puede identificarse con lo espacial, es decir que demanda de nosotros la puesta en el espacio, la vocación por el tránsito y la movilidad en y hacia un lugar concreto de manera voluntaria; el segundo se lo identifica con el plano cognoscitivo, haciendo referencia a los saberes a los que somos expuestos sin elección; y el último instante es el de lo bello, la revelación de la belleza, el desocultamiento, el acontecimiento que acaece, que puede llegar a ser visual, audible o palpable en tanto nos irrumpe, sorprende, atrae, repugna o escapa a nuestro saber y querer.
El develamiento de lo bello se presenta como una promesa, como una ficción y por tanto como una hipótesis que se resuelve en la evidencia de la experiencia, en el debilitamiento de la razón y en la celebración del acontecimiento, que debe significar que algo comienza en sí mismo.
La hamaca paraguaya, (Dir. Paz Encina, 2007, Paraguay)
"La muerte se hace sentir"
En La Hamaca paraguaya (Paz Encina, 2006), la pulsión de la muerte alegórica, y a la vez fugaz, irrumpe desde el fuera de campo amplificando la fuerza evocadora de la guerra, la lluvia y el amor a través de la historia de una pareja de ancianos paraguayos que espera el retorno de su hijo de la Guerra del Chaco. Y es desde este campo ausente que el Paraguay se va dibujando, un espacio donde el tiempo y la historia se han separado, donde la voz y su presente se ha distanciado del tiempo y de la imagen, por tanto, esta situación privilegiada permite al tiempo presentarse como algo visible, saboreable, como un acto que comienza en sí mismo.
En La Hamaca paraguaya (Paz Encina, 2006), la pulsión de la muerte alegórica, y a la vez fugaz, irrumpe desde el fuera de campo amplificando la fuerza evocadora de la guerra, la lluvia y el amor a través de la historia de una pareja de ancianos paraguayos que espera el retorno de su hijo de la Guerra del Chaco. Y es desde este campo ausente que el Paraguay se va dibujando, un espacio donde el tiempo y la historia se han separado, donde la voz y su presente se ha distanciado del tiempo y de la imagen, por tanto, esta situación privilegiada permite al tiempo presentarse como algo visible, saboreable, como un acto que comienza en sí mismo.
Es en este movimiento que realiza Paz Encina con inigualable destreza, donde el tiempo se presenta, cuando la pareja de ancianos siente la muerte y comprende que la promesa del retorno de su hijo se disuelve. Enseguida, la desesperanza embarga la pantalla y logra tomarnos, permitiendo que la muerte se haga acto y presencia. Todo esto con el meticuloso tratamiento visual de un paraje rural y ajeno.
Con esta propuesta, Paz Encina, además de contemplar el tiempo, con el efecto que esto provoca, no sólo sobre nuestra mirada: logra que los personajes nos guíen por su cotidianidad: la espera de la lluvia, la curación de la perra, la cosecha y la espera del hijo que representa la vida. El sabor del tiempo en la pantalla nos retorna a la reflexión de la imagen cinematográfica y la momificación que logra ésta del tiempo.
Los riesgos de La Hamaca paraguaya empiezan, quizás, desde su procedencia: un país cuyo historial fílmico es prácticamente inexistente; además, el rechazo a los elementos genéricos y el dulce guaraní con el que se nos está narrando la vida. Por supuesto que esto enriquece aún más las reflexiones que se encuentran en la película, que van desde el poder de la imagen-tiempo hasta la inconmensurabilidad del encuadre, cuyo poder narrativo se refuerza en su exterioridad y el canto al amor y la vida se conjuran en una las defensas más bellas de la Esperanza.
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