No sabíamos a donde habíamos llegado”. En 1942, Ángeles Martínez fue deportada al campo de exterminio de Mauthausen, que junto a Gusen I fueron los únicos campos nazis de grado III, los más duros, destinados para los enemigos políticos incorregibles del Reich. Ángeles era parte de las juventudes comunistas francesas, que en 1940 comenzaron la resistencia en contra de la ocupación. Ella es una de las sobrevivientes de Mauthausen que el documental de Pau Vergara Más allá de la alambrada retrata, en un acercamiento histórico riguroso y conmovedor al horror de la guerra, el hecho, el peso y las culpas de la sobrevivencia.
El documental recoge las voces de 13 sobrevivientes de Mauthausen, en su mayoría republicanos españoles transferidos al campo nazi desde campos de prisioneros de guerra, exiliados que, después de la Guerra Civil, habían sido incorporados al ejercito francés y que en la invasión fueron capturados por tropas alemanas. “Éramos rojos y nuestra muerte no interesaba a nadie”, dice el sobreviviente Marcelino Bilbao. De hecho, cuando los alemanes capturaron a los primeros republicanos y demandaron a Franco una explicación sobre el destino de estos prisioneros, el Generalísimo replicó que ellos no eran españoles.
¿Es posible contar el horror? ¿Hasta dónde la experiencia es inteligible? ¿Hasta dónde se puede decir? En tanto documento, la imagen se constituye como el espacio donde se hace presente el horror del pasado, la memoria a través de la que se evidencia que el presente es producto de lo que ocurrió. Las trece historias del documental presentan un gesto común en su carácter de sobrevivencia: en el pasado se ha perdido algo irrevocablemente, se ha perdido cierto sentido fundamental de la humanidad. “A mi me han me sacaron la personalidad, y dentro de esta carcasa metieron un montón de pesimismo y de incredulidad de la vida que no me ha dejado vivir ni allí ni afuera”, dice Luis Estañ en el film.
Si decir la experiencia constituye la instauración de un duelo, el testimonio del sobreviviente se hace y deshace en una continua tensión entre la posibilidad de recordar y el deber de no olvidar. “Tengo muy pocos recuerdos de mi niñez, tal vez porque he tenido un tipo de amnesia”, confiesa Sigfried Mier, el único sobreviviente judío del film que, después de haber presenciado la muerte de su madre en Auschwitz, es trasladado a Mauthausen, donde conoce a Saturnino Navazo, un español que se hizo cargo de él hasta después de la liberación. Recordar y decir no sólo significan el paso necesario para conservar el pasado en tanto pasado, sino que implican en el documental la posibilidad de restitución de lo humano: la paradoja de poder decir por los 5000 españoles de Mauthausen que no sobrevivieron.
Más allá de la alambrada es conciente de la imposibilidad y poco pertinencia de tratar de homogeneizar los testimonios, de eludir la radical diferencia de la experiencia de cada uno de los sobrevivientes: la soledad es, tal vez, el elemento a través del que es posible conjugar un reconocimiento que, más allá de ser histórico, se torna ético.
El documental recoge las voces de 13 sobrevivientes de Mauthausen, en su mayoría republicanos españoles transferidos al campo nazi desde campos de prisioneros de guerra, exiliados que, después de la Guerra Civil, habían sido incorporados al ejercito francés y que en la invasión fueron capturados por tropas alemanas. “Éramos rojos y nuestra muerte no interesaba a nadie”, dice el sobreviviente Marcelino Bilbao. De hecho, cuando los alemanes capturaron a los primeros republicanos y demandaron a Franco una explicación sobre el destino de estos prisioneros, el Generalísimo replicó que ellos no eran españoles.
¿Es posible contar el horror? ¿Hasta dónde la experiencia es inteligible? ¿Hasta dónde se puede decir? En tanto documento, la imagen se constituye como el espacio donde se hace presente el horror del pasado, la memoria a través de la que se evidencia que el presente es producto de lo que ocurrió. Las trece historias del documental presentan un gesto común en su carácter de sobrevivencia: en el pasado se ha perdido algo irrevocablemente, se ha perdido cierto sentido fundamental de la humanidad. “A mi me han me sacaron la personalidad, y dentro de esta carcasa metieron un montón de pesimismo y de incredulidad de la vida que no me ha dejado vivir ni allí ni afuera”, dice Luis Estañ en el film.
Si decir la experiencia constituye la instauración de un duelo, el testimonio del sobreviviente se hace y deshace en una continua tensión entre la posibilidad de recordar y el deber de no olvidar. “Tengo muy pocos recuerdos de mi niñez, tal vez porque he tenido un tipo de amnesia”, confiesa Sigfried Mier, el único sobreviviente judío del film que, después de haber presenciado la muerte de su madre en Auschwitz, es trasladado a Mauthausen, donde conoce a Saturnino Navazo, un español que se hizo cargo de él hasta después de la liberación. Recordar y decir no sólo significan el paso necesario para conservar el pasado en tanto pasado, sino que implican en el documental la posibilidad de restitución de lo humano: la paradoja de poder decir por los 5000 españoles de Mauthausen que no sobrevivieron.
Más allá de la alambrada es conciente de la imposibilidad y poco pertinencia de tratar de homogeneizar los testimonios, de eludir la radical diferencia de la experiencia de cada uno de los sobrevivientes: la soledad es, tal vez, el elemento a través del que es posible conjugar un reconocimiento que, más allá de ser histórico, se torna ético.
Este es un contenido:
Más críticas, notas, ensayos y foros de discusión en:
Cinemas Cine
Fotogenia Cine
Martes de Cine Español en la red en Facebook
No hay comentarios:
Publicar un comentario