lunes, 14 de junio de 2010

Lo mejor de mí

Pedro Brusiloff



Nietzsche decía que si la Humanidad alcanzara la utopía de un amor universal, los poetas, si tuvieran tiempo de escribir sus obras, terminarían cantando un “estado atroz y ridículo de que no se vio jamás ejemplo en la tierra”. De hecho, para el filósofo, la situación sería tal que los artistas y poetas añorarían el pasado dichoso, sin amor, donde el divino egoísmo reinaba sobre los hombres prodigándoles soledad y tranquilidad. Afortunadamente la humanidad nunca vivirá semejantes pesadillas porque el amor es pasajero y tarde o temprano debe extinguirse o cambiar de objeto, pero talvez quienes han amado tengan el consuelo de haber transmitido un don, de haber entregado algo; no sólo una cámara de video o un pedazo de hígado, sino el gesto mismo del desprendimiento, la aceptación de lo perecedero y, por lo tanto, la posibilidad de construir el presente como si ya fuera pasado.

La obra prima de la directora Roser Aguilar Lo mejor de mí, narra con mesura la manera en que una vida construye su belleza no a partir del sacrificio y la abnegación absoluta por los otros, sino desde una entrega que nunca es total, que transmite al otro la capacidad de seguir viviendo y que, al mismo tiempo, se reserva un espacio de soledad y soberanía. Es por eso que la memoria tiene un papel fundamental en la película: la memoria que se materializa en las fotos que Raquel le lleva a Tomás todos los días o en la cicatriz que ambos comparten. Se trata de la construcción de un pasado mutuo que, sin embargo, terminará siendo absolutamente propio y fundamental para constituir la individualidad de los personajes: “Mi cicatriz es más bonita” dice Tomás en la escena final. Es justamente esta memoria, atravesada por la presencia sutil y fantasmal de los otros, lo que permitirá a los personajes vivir libremente y exentos de ese “estado atroz y ridículo” del que hablaba Nietzsche.

Uno de los aspectos más resaltante de la película es el manejo de los colores. Desde este punto de vista, Raquel (excelentemente interpretada por Marian Álvarez) casi siempre está a tono con el espacio. El personaje habita un lugar del que extrae la sustancia. No trato de refrendar con esto la máxima facilona de “sacarle jugo a la vida”, sino más bien de subrayar la importancia de una individualidad profundamente comprometida con lo pasajero; de esta manera, el compromiso no se da por la construcción de un futuro, el individuo no se sacrifica por planear su porvenir, simplemente se compromete con la construcción de un pasado, de un lugar donde la propia vida y la de los otros, lo que significan, puedan habitar. No es gratuito que la entrega de Raquel coincida con el establecimiento de su hogar. De alguna manera, la película rompe con los nocivos estereotipos de la mujer abnegada y sacrificada, pero reafirma el carácter soberano de su compromiso.

Por la sinceridad de sus personajes, la sobriedad de su guión y su tratamiento refrescante del tema amoroso, recomendaría esta película de no ser porque, como más o menos decía Oscar Wilde, no hay nada más desagradable que un buen consejo.



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