Naturaleza plástica
Un mundo marcado por el consumo y
el rechazo a la soledad como lo presente Spike Jonze Jen Her sólo lo podemos admitirlo
desde una paleta de color fulgurante, donde los colores cálidos toman el
cuadro. Este gesto funge como edulcorante emocional a la decadencia que se
busca retratar. Reforzado esto con un contexto de consumo desmesurado,
construcción opulenta e iluminación saturada que no hacen más que vaciar este
mundo futuro, marcado por el rechazo a la soledad y al encuentro corporal.
Las imágenes plastificadas de
Jonze además de reforzar este universo aséptico, tecnológico y carente de
sensualidad, permiten al espectador el consumo pasivo y la total sumisión al discurrir
el idilio hombre maquina.
La naturalización de la plasticidad,
del deseo de compañía aunque ésta sea un sistema operativo en Her es condicionada
por el mercado y por un presente propenso a las relaciones virtuales donde
vivimos con nuestro otro yo editado digitalmente. Sin embargo la insinuación
del amor con un sistema operativo personalizado supone el enamoramiento de uno
mismo, pues toda inteligencia artificial se compone a partir de las necesidades
del usuario. En este sentido Jonze migra a la ciencia ficción otorgándole al
sistema las facultades humanas, a excepción de la diferencia original: la
sensual.
Her parece haber abierto al gran
público lo que el cine B y la ciencia ficción vinieron acusando, la disolución
de la sensualidad en las relaciones mediadas por interfaces digitales, la
intolerancia a la soledad por parte de los sujetos contemporáneos y el triunfo
del mercado y los bienes sustitos de afecto sobre cualquier experiencia social
corporal.
Cuerpos y bits
En apariencia con un guión tan
sencillo como sensible Spike Jonze construye desde el solitario escritor Theodore
Twombly (joaquin Phonix) y Samantha (Scarlett Johansson) un sistema operativo
avanzando que es capaz de escuchar y elaborar conversaciones un idilio
imposible. La soledad del escritor provoca a Theodor la adquisición de este
bien de compañía en un futuro no muy lejano, que además de proporcionar
compañía sonora supone el quebrantamiento de la soledad a la cual se había
entregado tras su divorcio, en este sentido la figura del reemplazo por un bien
de consumo (con conciencia) se constituye en la clave de la felicidad en la
sociedad de consumo futura, sin embrago este tema es subsidiario a favor del
relato amoroso que propone el director de Cómo ser John Malkovich (1999).
La idea del amor entre humanos y
maquinas no es nueva en el cine, en particular en el Clase B, que siempre se
aproximó a las formas de relacionamiento entre el inventor y su invento de maneras varias, desde la relación de
emancipación del invento respecto a su inventor hasta su dependencia filial
sentimental, sin embargo en Her la relación se plantea como posible a favor de
las condiciones actuales de virtualidad, lo que conmociona y encanta al público
como a la critica. En este sentido la actualidad de Her se presenta
escalofriante, pues Jonze construye este universo a partir de la ruptura sentimental
de Theodor que no se satisfizo con un semejante real y encuentra la anhelada
felicidad en la máquina. Es ahí donde el guión se desliza a favor de la
moralina sentimental que permite pensar en la posibilidad del romance concreto
entre el hombre y la máquina.
La promesa del amor
Jonze ofrece una visión tan
edulcorada del amor como su paleta de color pues refuerza la posibilidad de la
anulación del espacio, del contexto y los objetos circundantes a favor de lso
amantes, aunque este sea un voz emitida por una maquina, en este sentido
dialogo con la comedia america en las figuras de la estandarizada camino del
héroe un busca de la redención, el cual es sólo posible y concluyente con el
ser amado, que sólo puede ser humano.
Jonze ahonda en elementos
perversos al asumir que nuestra realidad contemporáneo y las relaciones
afectivas deben estar mediadas por el consumo de tecnologías que median entre
los cuerpos, hasta llegar a pensar, por una condición de mercado actual, en que
es posible el amor con maquinas, idea nada descabellada por las herramientas y
las interfaces actuales. Sin embargo la promesa del amor con una voz, con la
tan mentada expresión que refiere que el amor es ciego es la clave del guión de
Her, que nos permite pensar que efectivamente el amor no tiene cuerpos y no
conoce limites espaciales siempre y cuando sea un producto del mercado diseñado
a nuestra medida.
Artificial
Con la promesa de que “no es
solamente un sistema operativo, es una conciencia” Theodor adquiere a Samantha,
de ésta manera se nos invita a pensar la inteligencia artificial, tema
recurrente en la cinematografía que en este caso desnuda de cualquier teoría
conspirativa ni retazos apocalípticos ofrece la construcción del amor desde la
relación entre una voz, la de Samantha y Theodor, lo que permite, agudizando la
contradicción, pensar el enamoramiento hacia una voz carente de cualquier
sensualidad y sólo capaz de articular verbos. Este elemento, como la sustitución
de cuerpos por sentimientos henchidos de nobleza y simpatía dotan de humanidad
la trama, elemento sumamente contradictorio que se refuerza por el rechazo
flagrante a la sensualidad y al erotismo siempre incompatibles con el discurso
amoroso del cine industrial.
Por tanto lo artificial se
presenta como la promesa de la felicidad, la redención de la libertad y de
forma más febril, la realización del amor. Estos elementos constituyen la
tragedia de nuestro tiempo, pues Jonze, además de naturalizar las relaciones
hombre-maquina realiza una perversa crónica de la soledad, a la cual se la
condena y rechaza.